*A un año del trágico temporal que sufrió mi querida ciudad de La Plata, comparto una crónica que escribí en julio de 2013 sobre una iniciativa artística que surgió con el objetivo de transformar la desolación en esperanza.
En la esquina de 18 y 48, varias chicas mezclan pintura en tachos de distintos tamaños, suben y bajan escaleras para llegar a lo más alto de la fachada, pintan los contornos negros de una figura y, de vez en cuando, juegan con los perros que dan vueltas por la cuadra. Es sábado 13 de julio, ya pasó el horario del almuerzo y el grupo “Paredes Marcadas” termina los últimos detalles del mural que se presentará en sociedad a la tarde, como recuerdo de la inundación que el último 2 de abril dejó bajo agua a la mitad de La Plata.
Junto a esa comitiva de trabajo está Leticia Macuso, una joven cocinera tandilense que desde hace cinco años vive en la Ciudad, a cuatro cuadras de esa locación. Ella es la mentora del proyecto, que comenzó a gestarse el 3 de abril. Ese día, se levantó como siempre, salió de su casa en bici y a media cuadra fue testigo del horror, cuando vio cómo sus vecinos sacaban a la calle sus pertenencias, mojadas y destruidas. Pedaleó dos cuadras más, hasta 19 y 47, y la marca del agua en las paredes llegaba al metro cuarenta.
“Cuando vi ese panorama caí al piso llorando, la culpa que sentía era inmensa… Yo dormía y ni me imaginaba lo que estaba pasando afuera”, recuerda con lágrimas en los ojos. Dos vecinas suyas murieron y ahora cada vez que pasa por sus casas –cuenta- se ahoga en llanto, como si la imagen de ellas volviera a aparecer en su cabeza una y otra vez.
Leticia es hipoacúsica, profesora de Educación Especial –aunque nunca ejerció- y tiene un hermano sordo, así que sabe que la indiferencia duele y asegura que no le cuesta ponerse en el lugar del otro y transformar el pesar del prójimo en su propia mochila.
Esa empatía la llevó, desde el mes de abril, a conocer gente, empaparse de historias y llenarse de “dolor propio, duplicado y ajeno”. Sin embargo, siguió. Fue a las marchas que se hicieron por los dos meses de la inundación y le afectó mucho ver cómo la tragedia de los damnificados “se volvía política”, así que decidió que debía hacer algo pero no sabía qué.
UNA MUSA CANINA
El 5 de abril llegó la respuesta de qué manera podía tender una mano a sus vecinos. Antes de hacer las compras de todos los días en el almacén del barrio, Leticia encontró, en la puerta del lugar, a un perro mestizo con rasgos de ovejero y carita manchada. Sin imaginárselo, ese animal mojado y asustado sería el inspirador de dos iniciativas solidarias: la primera, reencontrar con sus dueños a la mayor cantidad de animales perdidos a partir de la inundación.
Lo acarició y no dudó en llevarlo a su casa, darle agua y comida, armarle una cucha para dormir y llamarlo “Monzón”. Después, hizo que la imagen de la mascota circulara por internet, para ver si alguien lo reclamaba, y lo llevó a pasear por Plaza Malvinas, con un cartel que decía “Busco a mi familia”. De esa manera fue como nació “Cuatro Patas”, una serie de jornadas en las que diecinueve animales se reencontraron con sus dueños, luego de haber estado alojados en hogares solidarios desde la madrugada del 2 de abril.
Pero ese gran proyecto no la conformó y quiso hacer algo más por sus vecinos damnificados. Nuevamente fue Monzón el que la iluminó, al manchar una pared con sus patas y dejar una marca en la que Leticia creyó ver un dibujo. En ese momento pensó que el arte podía redimir las escenas devastadoras de la inundación y dejar un mensaje esperanzador. Entonces, se le ocurrió promover murales en las fachadas de las casas afectadas por el agua, para reconocer la ayuda que se tendieron los vecinos cuando las calles parecían un río.
“Es una forma de recordar lo sucedido el 2 de abril con otros ojos, para entender que siempre se puede volver a empezar”, explica Leticia con tono pausado, y ya no hace falta que aclare que es algo que surgió sin ningún tipo de intención política, partidaria o económica, sino que salió de corazón: “Para mí la vida es eso, ser útil; es algo que debe nacer de adentro, bien limpio, como un bebé”.
En cada una de sus palabras se puede percibir su autenticidad y transparencia. La manera de expresarse demuestra que tiene la sensibilidad de una artista y, al momento de describir su oficio, hasta se anima a jugar con las palabras. “Yo pertenezco al rubro de la gastronomía. Si le sacás la G, te queda ‘astronomía’, que es el estudio del cielo entero, ese cielo que no pone límites a nada ni nadie”, revela con una sonrisa y agrega: “Yo hago arte a mi manera… Como todo arte, la gastronomía se nutre a través de otras artes y del dolor nacen siempre las mejores recetas”.
Ajena al mundo de las artes plásticas pero con una idea fija, comenzó a buscar, a través de amigos y conocidos, profesionales que pudieran llevar a cabo el proyecto y así fue como dio con Candela Macia y Salomé Gorosito –egresadas de la carrera de Muralismo y Arte Público de la Facultad de Bellas Artes- y con Xoa Iboga, que está a punto de recibirse de magistrada.
Una vez armado el equipo de trabajo, Leticia se puso en campaña para conseguir paredes y, mediante las redes sociales, le ofrecieron algunas, pero todas estaban alejadas de su barrio. Sin embargo, no bajó los brazos y supo que lo mejor sería esperar a que llegara la indicada.
UNA VECINA COPADA
Una tarde, Leticia volvía a su casa en bici después de una jornada de trabajo y observó con otros ojos, en la esquina de 18 y 48, una casa por la que siempre pasaba pero a la que nunca había prestado demasiada atención. Tampoco conocía a Susana, la dueña de esa propiedad, pero decidió tocar timbre para contar su proyecto. Para su sorpresa, al cabo de un buen rato, el consentimiento para intervenir el frente de la vivienda llegó con la frase “¡Te lo regalo entero!".
Susana Amorebieta es una mujer de 66 años que, durante la trágica madrugada, sobrevivió seis horas parada sobre un sommier sosteniendo a su perro “Pachorra”, que estaba arriba de una cómoda, para salvarlo del metro sesenta de agua que colonizó toda su casa y terminó por arruinar el setenta por ciento de sus cosas.
En todo ese tiempo –asegura con indignación- sólo pasó un gomón comandado por vecinos que, al verla iluminada por una vela a través de la ventana del frente de su casa, intentaron rescatarla. “No podía dejar a mi mascota, así que preferí quedarme y aguantar”, recuerda consternada mientras mira con una sonrisa a Pachorra, que juega con los tachos de pintura vacíos.
La propiedad, edificada durante la segunda década del siglo pasado, antes había pertenecido a su madre pero, en todos esos años, nunca se había inundado como en abril pasado –en enero de 2002 sólo había entrado agua en el zaguán- y, aunque hoy está prácticamente reconstruida, sus paredes siguen llorando humedad.
Ni siquiera los dos tornados que sorprendieron a Susana mientras vivía en Misiones lograron atemorizarla tanto como la última catástrofe, en la que pensó que podía llegar a perder la vida. “No hay punto de comparación, un tornado sólo dura unos 10 minutos y no deja tanta destrucción como el agua”, cuenta entre mate y mate que comparte con las muralistas.
Cuando piensa en el saldo negativo que le dejó la inundación en materia de recuerdos, su fuerza parece flaquear y su mirada, apagarse. Entre las pérdidas emotivas, lo que más le duele es haber podido salvar tan sólo dos o tres fotos de su hijo del medio. Por eso, decidió que lo mejor era ponerlas en una bolsa y dejarlas arriba de una mesa, para evitar ser testigo de su tristeza: “Fue duro decirle que había perdido las fotos de su comunión, de sus primeros cumpleaños, de los actos escolares…”. Como contrapartida, tuvo la satisfacción de que la madera noble de los muebles de sus abuelos ignorara el agua, pese a que quedaron cubiertos durante varias horas.
Con todo, la experiencia tan inesperada y devastadora hizo que cayera en un estado de angustia y viera todo gris. Sin embargo, la propuesta de Leticia de poner color a sus paredes marcadas le dio una perspectiva para pensar en otra cosa: “Yo estaba con la depre de la inundación, así que desde un principio me copé con la idea, y pensé que si tengo una pared que puede representar algo, buenísimo”.
Uno de sus tres hijos no está muy contento con el proyecto, pero el resto de la familia la apoya, sobretodo su nuera Renata, nativa de Sao Paulo y novia de su hijo menor, que la ayudó a salir adelante los días después de la tragedia y hoy la acompaña en este nuevo emprendimiento. “A mí me encantó, es arte que habla sobre lo que pasó que fue re feo”, interviene Renata que, aunque ya hace cinco años vive en La Plata, todavía apela al portuñol.
LA LLUVIA PERSISTENTE
Al principio, la idea era pintar el mural en la pared de la ochava, pero después fue Susana la que insistió en que llenaran de arte casi todo el frente de su casa, porque ya estaba muy venido abajo. “Era una especie de pizarrón que habían dejado los operarios de la Municipalidad, cuando vinieron y pintaron todo de blanco para tapar los graffitis; pero después las pintadas siguieron, ‘Jose te amo’, ‘Pincha puto’, ‘7 a 0’”, explica bajando la voz para que la mala palabra pase casi desapercibida.
Por su parte, Leticia, la gran mecenas, en los últimos meses recolectó información e imágenes y escribió todo lo que había visto el “día D” de la inundación, para que las muralistas realizaran el boceto. Compró las pinturas y les pidió que hicieran algo lindo y alegre pero a la vez concientizador porque, si bien los vecinos pudieron resistir, una marca imborrable quedó en sus corazones.
Antes de poner en marcha la obra, las chicas quisieron conocer la lógica del barrio y se pusieron en contacto con los vecinos, quienes les contaron que durante la inundación se ayudaron mucho entre ellos y que, a pesar de la dificultad de la situación, la solidaridad hizo que salieran a flote.
Finalmente el sábado 6 de julio comenzaron con el art attack, pero el clima no las acompañó: llovió, de manera intermitente, durante toda la semana. Igualmente “fondearon” la pared de blanco, porque estaba bastante oscura, pasaron el boceto a escala real y empezaron a pintar.
Día tras día las artistas llegaban, a pesar del clima desfavorable, a las ocho de la mañana a la casa de Susana y pintaban hasta que se hacía de noche y la tarea ya era imposible de continuar.
“Fueron muy consecuentes con la idea, hubo mucho compromiso por su parte”, asegura la vecina con orgullo de madre -en la charla siempre se refiere a ellas como “sus hijas adoptivas”-.
Las jóvenes trataron de aprovechar cada momento de buen tiempo para ganarle a la lluvia porque la idea era presentar el mural en sociedad el martes 9. Sin embargo, ese día también diluvió y, como si el gris estuviera empeñado en permanecer en esas paredes, el agua lavó la pintura y volvió a dejar la obra inconclusa, hasta el fin de semana siguiente.
LA ESPERANZA
Ahora son las tres de la tarde y, si bien la convocatoria es para las cuatro, ya empiezan a caer curiosos que pueden ver la trastienda de la obra, antes de que se dé por terminada. “La idea es que se acerquen y les podamos contar a la gente con qué intención se planteó el mural para que también se sientan identificados”, explica Xoa, ansiosa de dar a conocer el trabajo y charlar un rato con los vecinos, con los que se generó una conexión especial durante los días de trabajo: “Fue zarpado que vinieran, nos trajeran torta, algo para comer, café, el ‘qué lindo que está’, esa cuestión que estimula el continuar con proyectos en la calle”.
El mural, al que titularon “La Esperanza”, representa una ciudad idealizada, llena de colores, con parejas que pasean de la mano por las calles, niños que saltan la soga y ancianos que toman aire en la vereda de sus casas. Todos están felices, sin embargo, el paisaje urbano está quebrado por la marca del agua: por debajo del metro sesenta, todo es gris y violáceo.
En la pared de la ochava, el rostro gigante de una mujer encabeza el mural. Es la “La Chica Esperanza”, un personaje concebido sin edad para que sea representativo de grandes y chicos afectados por el temporal.
“Queríamos demostrar que siempre se puede salir adelante, por eso todas las figuras que hicimos están contentas”, señala Candela y agrega: “También representamos varios perros porque acá la compañera –señala a Leticia- está con el reencuentro ‘Cuatro Patas’”.
Leticia, que va, viene, saca fotos de la obra pero también da algunas pinceladas, dice que, tanto en el mural como en las jornadas de reencuentro de mascotas, ella actuó como un “puente” para lograr que dos cosas bellas se unieran: un animal y su dueño; o una mujer muy dolida, como es el caso de Susana, y muchos transeúntes, con la creación de las artistas. “Espero que esto sirva, sólo soy una vecina que, de alguna manera, quiere a sus vecinos”, expresa con sencillez y asegura que este es el primer mural de muchos otros que vendrán.
Por otro lado, Susana siente que tomó una decisión necesaria para terminar con una angustia que la ahogaba, fue como dar vuelta una página triste de su vida: “El trabajo de las chicas me dio una vitalidad que no tenía, me ayudó a salir del pozo, a renovarme”. Además, como no fue a las movilizaciones que se hicieron en Plaza Moreno, considera que el frente de su casa es el aporte que ella hace a la lucha colectiva de los vecinos por lograr que las autoridades estatales se ocupen de que nunca más se repita una tragedia similar.
“Las paredes blancas no dicen nada”, es el título de un libro de graffitis que Susana le había regalado a su hijo menor para su cumpleaños número diez. Hoy, a veinticinco años de ese momento, Susana le encuentra otro significado al ejemplar y pone en práctica esa máxima del arte callejero.
1 comentario:
qué maravilla!!! y qué genial poder transformar ese dolor y tanta angustia en arte... Sin dudas, es liberador y ayuda a sanar.
Hoy pensé mucho en vos, Pilar, y en tod@s quiénes padecieron esta tragedia. Es increíble lo poco que se ha hecho por cada persona, lo poco que se ayudó desde los organismos oficiales. Hoy todos a la plaza.
BEsitos:>
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